De tardes negras.~

La música empezó a sonar, me perdí en su melodía, por un instante quise morirme en ella, desee entrar en aquel ritmo tranquilo y perderme entre sus variaciones rítmicas.
Unir mi corazón a los acordes que en un pianissimo iban apagándose hasta morir en el silencio.

Creía ser libre para danzar entre los arpegios de un sonido que describía de una forma demasiado clara mi propio estado anímico, me creí capaz de liberarme entre aquello que nunca me había pertenecido.
Maldita mi suerte que comprendí, en el último eco, que no se puede tener aquello que tan sólo se desea.

No podemos componer las canciones como a nosotros nos gustaría si estas no son nuestras.

Por eso pretendí salir de aquella oníria hipnótica para derramar la pena con lágrimas de hierro.

Sam.


¿Qué quieres que yo le haga si mis labios desean su piel? ¿Si mis dientes tienen sed de su cuello?

Ella que es capaz de hacer que tiemble cada milímetro de mi cuerpo, que crea tormentas en mi corazón y guerras en mi mente, ella que cada vez que me ignora hace que la desee un poco más.
He querido olvidarla más de mil noches, pero es imposible, nadie puede olvidar a tal musa. Me encandiló su voz de sirena varada, y yo, como cualquier otro pirata, me dejé vencer para seguir escuchándola siempre, para no dejarla de adorar por mucho que la niebla me impidiese verla.

Y fue así como perdí la cabeza, como dejé de ser pirata para ser una ola que encuentra su fin en las costas de sus pechos. 


S.